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[Crónica de Conciertos] Matt Horan en La Cachorra Yeyé, Albacete

«El quejío apalache suena en la llanura manchega.»

Una luz mortecina alumbra al grupo de almas selectas que esperamos bajo las vigas de madera. Un banjo, una guitarra, una silla en el escenario como los elementos sagrados de una misa inminente: cuando Matt Horan asciende al fin, los símbolos tatuados en sus dedos sobre el instrumento le dan un aire de trampero reconvertido a predicador de una vida pasada, austera, con la muerte como inquilina en cada casa.

Las cuerdas resuenan sobre la membrana de piel; la garganta vibra. Es música para solitarios, apenados o prófugos de la civilización; pero también para el baile de los que saben que puede no haber un mañana. La naturaleza de vivir integrado solo con las piedras y los sauces.

«Un sonido nacido del salvajismo de la montaña a veces complicado de amplificar»

Escuchando a Matt no es difícil imaginarse inmerso en una taberna perdida entre los Montes Apalaches, un poblado rudimentario que sobrevive dando de beber a mineros y traficantes de piel de oso. Lejos de todo, High on The Mountain.
La Cachorra Yeyé proporcionó una sonoridad más que digna para esta actuación de extremos, un sonido nacido del salvajismo de la montaña a veces complicado de amplificar, que aporrea y rasga el instrumento con alma y técnica, subiendo en sus florituras vocales casi hasta el Tirol. Los modos del hillbilly pueden colisionar con los tiempos eléctricos, pero se adaptaron perfectamente a este escenario. Una delicia para los feligreses que lo presenciamos.

Entre canciones, mientras alterna guitarra y banjo, Matt habla de sus estancias en un rancho familiar en las Montañas Humeantes, de su paso por Euskadi (donde fundó Dead Bronco hace una década) y de Cantabria, donde ahora vive.
En algún camino recóndito, bajo la lluvia y las piedras viejas cántabras, este tipo nacido en Florida trae de vuelta el folclore que en otro tiempo los migrantes que cruzaban hambrientos el océano llevaron hasta aquellas montañas. Un viaje cultural de siglos condensado en una noche.

Suena Little Birdie, y suena a despedida. La melancolía del canto me lleva a ver la niebla subiendo, las Great Smoky Mountains emergiendo del suelo de la propia sala, aunque quizá es el momento de dejar la copa y tomarlo con calma, sentir la fortuna de que los osos no esperen para devorarte en mitad de la noche, camino del hogar. Por ahora solo llueve en la imaginación; es la danza del ciervo y la salamandra, de los tiempos ásperos, pero también entre los furtivos existe el amor.

La Cachorra Yeyé, 11/2/2022